¡Hola, magos y brujas!
Quizás no os hayáis dado cuenta, pero durante estas semanas han rondado por los pasillos de la escuela dos brujillas con cualidades de lo más especiales. Sí, señores, hablo de Eyrene Maatkara la primera animaga OLÉ ELLA y de Leah Badway la pitonisa Malcamino pa los amigos.
Empezaremos con Leah Badway pitonisa y prefecta, ojocuidao, bruja águila de 16 añitos fiera con un ojo interior de lo más avizor. Deleitó al jurado con su RPG #PonUnaMam-guEnTuVida y qué menos que compartir con vosotros la maravilla que escribió.
Sus pasos eran suaves sobre el camino de tierra, las pequeñas piedras que lo componían crujían al chocar contra la suela de su zapato y el sinfín de hierbajos que se repartían por él acariciaban sus tobillos. Mantenía un ritmo tranquilo mientras seguía a su abuela Elin y a sus hermanos, Haul y Daniel. El sonido de sus dientes al cortar un trozo de manzana resonó por todo el valle, interrumpiendo la melodía que entonaban los grillos. El anochecer había llegado a su cumbre y la única iluminación procedía de la varita de sus hermanos.
Leah apresuró su paso hasta ponerse a la altura de su abuela. “¿Qué vamos a ver esta noche, mam-gu?”. Aquello significaba “abuela” en galés. Su abuela había estado tarareando una vieja nana mientras caminaba con ayuda de una vara de madera. Cuando habló, el marcado acento galés resultó inconfundible. “Me ha comentado tu hermano Cadwalader que hace unas semanas se encontró, junto a tu madre, a una familia de aethonan cuando salían a caminar por el bosque.” Extendió su brazo para enseñarle la cesta que llevaba en su mano derecha a la par que decía. “Llevo un poco de fruta, estoy segura de que les encantará.” Afirmó con una sonrisa antes de guiñar el ojo. la joven intentó esconder su emoción tras un nuevo mordisco a su manzana.
“¿Qué es eso de allí?” La voz de Daniel sonó hueca entre la oscuridad del camino. Al instante, todos clavaron su mirada al frente, en dirección al final del camino, en dirección al bosque. La niebla había descendido durante su trayecto siendo un agente que complicaba la visión, sin embargo, se lograba vislumbrar a un conjunto de personas caminando a un paso similar al de una procesión.
Poco a poco, todos fueron frenando su paso hasta quedar parados en medio del camino, a unos cuantos metros de aquel grupo de personas. De pronto, un fuerte olor a vela inundó los alrededores y un murmullo constante, parecido a un cántico griego, surgió de la nada y creció a medida que se acercaban.
En movimientos lentos, los mayores se arrimaron los unos con los otros mostrando una posición defensiva y protectora. El ceño de la joven bruja se arrugó y sintió cómo algo en su interior tintineaba, mandando una alerta a su sistema nervioso de que algo no iba bien. “No. Es demasiado pronto.” Musitó su abuela para sí. Rápidamente, ésta movió su vara y la arrastró por el suelo dibujando una circunferencia alrededor de ellos, como si se tratase de una barrera. Segundos después, empezó a soltar una plegaria en galés, como si de un rezo se tratase.
La niebla se disipó paulatinamente y Leah se llevó una mano a la boca para no chillar ante la imagen, provocando que su manzana roja cayera al suelo en un golpe mudo, rodando por el camino. El grupo de personas se extendía en una fila, todas ellas vestían roídas capas negras, tan largas que hacían dudar a uno de si tenían pies o, simplemente, flotaban. Sus rostros se ocultaban bajo la capucha y cada una portaba una vela blanca. El cántico, apenas descifrable, se hizo aún más fuerte cuando se separaban de ellos por un par de metros.
La respiración de la chica se cortó cuando una de las figuras levantó la cabeza y miró directamente hacia ella. Bajo la capucha, no había ojos, no había nariz, ni boca, ni siquiera piel, no se escondía ningún rostro: era una calavera. Leah pudo ver el abismo tras la negrura de sus vacías cuencas. La mandíbula se entreabría sin cesar dejando escapar de ella una voz sepulcral y tenebrosa.
La calavera apartó su mirada sin vida de ella y observó la parte delantera de la fila. Como un dominó, el resto de figuras también alzaron sus cabezas, mostrando el mismo rostro, cadavérico y horrible, para mirar al frente. Sin habla, la galesa paseó sus ojos por cada uno de los componentes de la fila hasta llegar a la cabeza. Entonces, todo a su alrededor pareció tambalearse mientras un mareo azotaba su cuerpo. En medio de aquel maremoto, logró formular una sola palabra: “¿Papá?”
Lucía la misma capa oscura y corroída y se podían apreciar sus pies descalzos asomando por el bajo de ésta. Agarraba una gran cruz de madera con ambas manos mientras flexionaba los brazos. No llevaba gafas y estaba despeinado, mostrando un aspecto sucio y demacrado, como el de una persona que lleva noches sin dormir. Parecía ido y ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Ajeno a la llamada de su hija. Ajeno a la vida.
“¿Papá?” La voz de Leah salió rota de su boca, le había costado volver a hablar por culpa del grueso nudo que sentía en su garganta. Aquella vez, Robert, su padre, reaccionó a su gesto. Giró la cabeza hasta centrarse en su hija y la observó durante unos largos segundos a través de unos ojos bañados en el mismo color que los de Leah. Sin embargo, el brillo se había perdido en ellos.
El sosegado paso del grupo disminuyó hasta quedar en un silencio absoluto y pesado. El cántico aumentó dos octavas por encima, pasó a ser más agresivo, más arrollador, llegando a molestar el oído de cualquier humano. De repente, la piel de su cara comenzó a derretirse, el rostro enfermizo y macilento de Robert se fue consumiendo poco a poco hasta convertirse también en una calavera.
Leah salió del círculo dibujado en el suelo y fue corriendo hasta él. “¡NO, PAPÁ!” Un chillido desgarrado rompió en la noche y, después, la oscuridad lo engulló todo.
Y cayó. Cayó. Y cayó.
La madera del suelo crujió cuando su pecho chocó contra él. El aire de sus pulmones desapareció por unos instantes, rodó sobre sí misma y se quedó mirando al techo mientras el oxígeno volvía a llegar a su sistema respiratorio. Tosió con fuerza y se reincorporó.
La poca luz que entraba por su ventana abierta ayudó a que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra de su habitación. Miró a su alrededor como si no fuera capaz de creerlo y soltó un sollozo. Sus estanterías llenas de libros y manualidades. Su pared llena de dibujos de Gales. Su escritorio repleto de pergaminos decorados con carboncillo. Su cama, con tres almohadas, tenía ahora las sábanas enrolladas en un ovillo. Todo seguía allí. Todo había sido una horrible e interminable pesadilla. Las lágrimas corrieron por sus mejillas durante un par de minutos, siendo la única manera de que su cuerpo descargase toda la tensión que mantenía.
Cuando se recompuso, se levantó del suelo y se calzó sus zapatillas de andar por casa. Cogió sus gafas y salió de su cuarto intentando no hacer ruido. Necesitaba aire. Necesitaba beber algo. Alejar las sensaciones. *Ha sido una pesadilla. Las pesadillas no son más que eso: pesadillas. No son reales. *
Se acercó a las escaleras, pero frenó en seco. Había escuchado algo. Agudizó entonces el oído y fue más claro: una voz entonaba una nana en la planta baja. La misma de su sueño. Sin pensarlo, descendió.
“¿Mam-gu? ¿Eres tú?” Preguntó en un susurro cuando llegó al último escalón. La luz del salón estaba encendida y una sombra se proyectaba a través del marco. “Shhh, ¡no hagas mucho ruido!” Respondió su abuela asomando la abeza. Leah se relajó y fue hasta el salón.
Su abuela ocupaba el sillón que daba al jardín trasero y tenía algo entre sus manos a lo que le daba vueltas, una especie de medallón plateado. “¿Qué pasa? ¿Has tenido un mal sueño?” Ladeó la cabeza y la miró con cariño. La joven suspiró. “Sí, he tenido un sueño verdaderamente horrible.”
Elin asintió comprensiva y volvió a sonreír, pero esta vez no mostró los dientes. Sin previo aviso, se levantó del sillón y agarró su vara de madera, que reposaba en un lateral. “Vayamos fuera y me cuentas, hace una noche estupenda.” Aseguró mientras salía del salón y caminaba hasta la salida.
Salieron al porche y se sentaron en unos bancos de madera acomodados con unos cojines anticuados. El cielo se teñía de un azul oscuro que permitía ver cada una de las constelaciones veraniegas y corría una brisa fría. Leah recogió sus piernas y apoyó su barbilla en las rodillas. Su abuela esperó en silencio a que su nieta hablase, observando la oscuridad del valle.
“Íbamos al bosque a buscar a un grupo de caballos alados. Estaban Haul y Daniel con nosotras también. Pero…” su garganta empezó a secarse. “... apareció un grupo de personas muy raras. Vestidas de negro y con velas, cantaban cosas que no se entendían. Caminaban tan lento, parecía una procesión.” Su abuela alzó la ceja. “Pe… pero no eran personas, mam-gu. Eran calaveras, horribles calaveras. Todas en fila.” El pulso de la bruja se empezó a acelerar al recordar la agobiante sensación de dicho momento. “Y… y…” lo intentó, pero se bloqueó. Notó la mano de su abuela acariciar su espalda en un gesto tranquilizador. “Y papá estaba con ellas, se le veía tan… tan mal, tan moribundo. Entonces… se convirtió en una calavera y…” sollozó con manos temblorosas. Tranquilizarse le costó más de lo que pensaba y casi desemboca en un pequeño ataque de ansiedad.
El silencio reinó entre abuela y nieta. La primera abrazaba a la segunda con actitud protectora, tratando de llevarse todo su miedo. Elin había esperado aquel momento durante mucho tiempo. Desde que su hija, Carys, le había anunciado que esperaba una niña, supo que llegaría, supo todas las emociones que desencadenaría aquello, todas las dificultades. Lo supo porque ella lo había pasado.
“Cariño, tienes que saber una cosa.” Empezó con la tranquilidad del que sabe que no había otra opción. La chica salió de sus brazos y le dedicó una mirada de incomprensión. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, al igual que la nariz. “Lo que has soñado no era una pesadilla, lo que has soñado es una premonición. Es un aviso, una señal. Toda señal tiene que ser interpretada. Te ha llegado un mensaje a través de tus sueños.” Le produjo melancolía su expresión: perdida y desorientada. “¿Qué quieres decir con eso, mam-gu?” Preguntó adoptando una pose seria.
Elin le acarició el pelo suavemente antes de seguir. “Eres lo suficientemente inteligente como para saber qué es lo que quiero decir, pequeña. Has recibido una señal mediante tus sueños. A veces llegan en forma de sueño, otras veces pasas a estar en trance o, simplemente, te llega una visión. Pero es una señal que tienes que descifrar, y eso ha sido así porque eres una vidente.” Las palabras de su abuela la desequilibraron. De nuevo, un mareo. Su visión pareció nublarse y pensó que caía de no ser porque su abuela agarró con fuerza su mano.
La mente de la joven puso en marcha cada uno de sus engranajes para que pudiera procesar la información cuanto antes. Las distintas imágenes del sueño se proyectaban una tras otra, generando un revuelo de emociones que acababa con sus fuerzas. *No es una pesadilla.* Recitaba. *Es una señal.* Y en bucle. *Vidente. Vidente. Vidente.* Parpadeó varias veces y contempló a su abuela sin poder abrir la boca.
“Es normal que tengas miedo. No pasa nada por tenerlo, pero no dejes que te domine, no estás sola. Estoy aquí. Contigo.” La abrazó con fuerza y la meció durante unos largos minutos. “Estoy aquí.” Volvió a repetir. El temblor de su cuerpo pareció desvanecerse poco a poco. “Pero… ¿cómo?” Fue capaz de pronunciar. Elin suspiró pesadamente y asintió. “Es como una herencia familiar. Desde hace tiempo las mujeres de la familia Galwain han sido videntes, pero siempre se ha saltado una generación. Tu madre, por ejemplo, no la tiene.” Sonrió con tristeza, era un asunto pesado y difícil de llevar. “Tu madre ha tenido cuatro varones y pensaba que esa herencia se rompería, pero yo estaba convencida de que no sería así. Y así fue, naciste tú. Estaba escrito, la herencia sigue, era necesario que existieras.” Su voz salió rota y se armó de fuerzas para no acabar rompiéndose allí mismo. “Es algo que tenía que salir. Tu ojo interior tenía que abrirse y lo ha hecho. Ahora solo tienes que aprender a convivir con ello, aprender a leer las señales.” Tragó saliva con fuerza, tratando de sonreír. “Pero yo estoy aquí para enseñarte.”
Por primera vez en mucho tiempo, Leah sintió miedo al cambio. Sintió miedo de sí misma.
Unos cuantos metros más allá, una manzana roja se encontraba tirada en medio del camino que conducía al bosque. Dos mordiscos aventuraban que un alma sería llevada por la Procesión de Almas.
¿Qué os ha parecido? Supongo que tras leerlo, estaréis de acuerdo conmigo en que el estatus estaba más que merecido en ella.
¡Y esto es todo por hoy!
Abrazos croquetiles,